Blade Runner fue un milagro. Una película dañada por trajeados, incomprendida en su momento no por la culpa de la audiencia o del director, sino de los ejecutivos. Incluso así se convirtió en inspiración para miles de artistas, tocando productos como Ghost in the Shell o Matrix. Pero no fue hasta 10 y 25 años después; con el lanzamiento de la Director’s Cut y luego el Final Cut, su versión definitiva; que se posicionó como obra maestra, compleja, inteligente y hermosa. Eso no pasa en esta industria y, sin embargo, con Blade Runner pasó.
2049 es una secuela ideal en cuestión temática. Suma a la filosofía de la original de una forma que pocas segundas partes logran. Su subtexto es lógico, complementado por todas las subtramas y por los hechos de la cinta de 1982. La esencia de Blade Runner está intacta en cuestión de significado, replicada aquí con respeto y cuidado a su precuela, pero sin dejar de tener agallas cuando es momento de tratar con sus personajes y sucesos. Afortunadamente, no tiene miedo de tratar de corregir el defecto más grande de la original, y hace un trabajo más que respetable.
La atmósfera también está ahí, densa y palpable. La música funciona como una buena combinación entre el aroma de la obra de Vangelis y la experiencia de Hans Zimmer. Las actuaciones están a la altura, regalándonos uno de los mejores papeles de Ryan Gosling y un regreso muy valioso de Harrison Ford como Rick Deckard. Pero lo que se lleva las palmas es la cinematografía, que sin exagerar puede ser de las mejores que he visto en mi vida. Poniendo una comparación que no le hace justicia, tiene el uso de iluminación y color de Drive, y el encuadrado milimétrico y movimiento de West Side Story. Roger Deakins alcanza su magnum opus con un trabajo casi artesanal. Blade Runner 2049 merece ser vista en la sala con la pantalla más grande y el mejor sonido que encuentres.
2049 se toma su tiempo. Es lenta, pero nunca aburrida. De hecho, podría argumentar que tiene uno de los mejores ritmos que puedes encontrar en esta industria, junto con su antecesora. Sabe cuándo detenerse para dejar respirar sus cuestionamientos y contemplar su mundo, y cuándo acelerar las cosas para generar urgencia y denotar riesgo. Todos sus plot points están establecidos con antelación, sin prisa y con tiempo para procesarlos. Lo cual me lleva a su único defecto.
Esta película es la continuación ideal en cuestión temática y técnica, pero hay un aspecto de su narrativa que le impide llegar a la perfección: su sutileza. Tal vez como consecuencia de las nuevas generaciones; por necesidad, otra vez, de los trajeados; esta película llega a sobreexplicar. Mientras que la cinta de 1982 es aclamada por su finura, por una tenuidad que provocó discusiones interminables sobre su significado y sus preguntas aparentemente sin respuesta, 2049 deja todo muy claro. Utiliza flashbacks internos para recordarnos detalles importantes y reafirmar información, algo que Blade Runner solo hace al final (también mal, ojo). Quiere que nadie se pierda, que nada se quede en el aire, lo cual demerita su respeto a la audiencia y nos quita un poco el placer de volverla a ver y encontrar detalles perdidos como en la original.
Pero no te equivoques. Blade Runner 2049 es una película fenomenal y sorprendente en muchos sentidos. Es una secuela que nadie pidió y que viene a complementar una película que no necesita (casi) nada. Denis Villeneuve tenía la labor de replicar un milagro; de salir de la sombra de la dirección de Ridley Scott, de la cinematografía de Jordan Cronenweth y la música de Vangelis. El resultado está cerca de lo insuperable. De cierta forma, 2049 es la secuela ideal de la obra original: es la continuación imperfecta pero inexplicablemente magnífica de una película imperfecta pero inexplicablemente magnífica. Una réplica que, contra todo pronóstico, tiene alma propia.
2 comentarios sobre “Blade Runner 2049: Cerca del milagro”